Habitación 237

El ambiente dejó de oler a hierba mojada para dar paso a un aroma de interior, a alguna clase de ambientador. Pero apenas me funcionaba el olfato ya. Supuse que ya estábamos en el hospital.

-Me he caído al río y me he partido la pierna contra una roca.-murmuré, me dolía la garganta.

Entre con la chica en brazos en el hospital y ella susurró justo la excusa que yo iba a darle a los médicos. Lástima que no hubiese ninguno por ahí en ese momento, nadie podía haberla escuchado.
No tuve apenas que acercarme a la recepción. Una mujer, que era médico, claro, corrió a preguntarme qué le había pasado a la chica.

- No tengo ni idea. Me la encontré en el río y lo único que ha podido decirme es que se ha golpeado en la pierna contra una roca. -Dije, lo más inocente que pude, y como consecuencia sonó creíble. La mujer asintió y pidió una camilla que transportó a la humana a un quirófano, para arreglarle esa pierna que le había roto.

-Me duele la pierna...-me quejé. La doctora no me escuchaba, estaba hablando con más personas de que necesitaba no sé y no sé cuánto, que tenía fiebre, y cosas de las que no me enteré porque estaba tan aturdida que ya no sabía qué era real y qué pasaba por mi mente. Alexander, eso pasaba por mi mente.

Cuando abrí los ojos, sintiéndome mejor y más relajada y caliente, me di cuenta de que estaba en una habitación, ahora ya era dueña de mis pensamientos y me fastidiaba volver a estar en un hospital.

Cuando llevaron a la humana al quirófano me indicaron un lugar en el que podía esperar mientras ellos hacian su trabajo. Obedecí y me senté. Comencé a infiltrarme en los pensamientos de la gente para matar el tiempo, pero por algún motivo los pensamientos que más fuerte recibía eran los de la chica. Fruncí el ceño. Ella pensaba en mí, pero ¿por qué?
Las puertas del quirófano se abrieron y comenzaron a llevar a Genevive a una habitación del hospital. Les seguí y observé cómo la traspasaban de la camilla a la cama de la habitación. Los médicos se fueron tras darme unas indicaciones, como a qué hora traerían la comida, o cada cuánto se pasaría una enfermera o un médico, o que si quería algo solo tenía que avisarles con el botón de la cama.
Me apoyé sobre la pared de la habitación que estaba delante de la cama, esperando a que Genevive despertara de los efectos del sedante que le habían dado.

Él estaba allí, apoyado en la pared que estaba frente a mi campo de visión. No dije nada, al menos no al principio. Sólo me quedé mirándolo. Tosí llevándome una mano a la boca y así pude ver que volvía a tener una aguja en la mano. Hice una mueca y luego suspiré. Volví a mirar a Alexander. Pronto tendría que llamar a John si el personal del hospital no lo había hecho ya.

-¿Te gusta la cero positiva?-no se me ocurrió otra cosa que decir mejor que esa...

Me quedé en silencio el mismo tiempo que ella, observando sus movimientos.

- ¿Ahora te interesan mis preferencias? -Pregunté con ironía y mostré una sonrisa torcida.

Sentí un estremecimiento cuando sonrió de aquella manera.

-Sólo... Sólo es curiosidad.-dije moviendo de lado a lado la cabeza con rapidez.

Vaya pregunta le has hecho.
Oh, bueno...

Seguí sonriendo igual unos segundos más, pero luego esa sonrisa desapareció para dar lugar a un semblante un tanto serio.
Me quedé mirando a Genevive un minuto antes de preguntarle.

- ¿Cómo te encuentras?

Me mordí el labio inferior pensando en qué responderle. ¿Cómo estaba? Sentía malestar en la garganta, e incomodidad en la pierna por tenerla dormida con un sedante. Me encogí de hombros mientras volvía mi vista a él desde mi pierna.

-Podría estar mejor.-respondí simplemente.

Suspiré y me crucé de brazos.
Lo cierto era que no sabía qué hacía allí, haciéndole compañía a mi pasada presa en una habitación de hospital, pero tampoco sabía por qué no me iba.
Tampoco sabía por qué no me había echado todavía Genevive de allí.

Suspiré de forma nerviosa y miré hacia la ventana que estaba en la pared junto a la cama. Apoyé la cabeza en la almohada, me sentía cansada. Cerré los ojos un momento y luego los volví a abrir.

-¿Vas... A sacarme del hospital?-pregunté sin apartar la vista de la ventana.

- No. -Negué, imitando su gesto sin quererlo y miré hacia la ventana, aún de brazos cruzados.- Tienes que quedarte aquí hasta que los médicos te den el alta.

Extraña respuesta en él comparado con lo que había dicho anteriormente. Lo miré con el ceño fruncido, sin comprender bien.

-¿Y después?-inquirí.

Volví a mirar a Genevive, ahora con una ceja alzada.

- Leo las mentes, pero no soy adivino. -Traté de bromear, pero me salió un tono seco.- Después seguirás con tu vida de siempre, solo que más normal.

Mi ceño fruncido no se relajó ni un ápice, cada vez lo entendía menos pero... Ahora sabía que leía las mentes. ¿Por eso me había dicho que no pensase? ¿Y por qué no lo decía ahora?

-Creí que... Me llevarías contigo.

- ... -Permanecí en silencio unos minutos. ¿Llevármela conmigo? Parecía no haberle quedado claro que ya no le iba a atacar más.- No. Me encargaré de que no nos encontremos nunca más. -Volví a fruncir el ceño.

- Te pedí que no pensaras porque cuando estabas nerviosa o asustada, tus pensamientos se trababan o quedaban incompletos, y eso me producía un daño psicológico brutal. -Expliqué, respondiendo a sus preguntas mentales.- Pero ahora estás más calmada, y puedo escucharlos perfectamente.

-¡No leas mi mente!-exclamé llevándome las manos a la cabeza como acto reflejo, como si así no pudiera hacerlo. Me sentía mal, pero no por la pierna o por algo físico, notaba como si se hubiera quedado atascado un trozo de pan en medio del pecho.-¿Por qué?-pregunté, me refería a su primera respuesta.-¿No puedes estar con un humano si no es para comértelo después de torturarlo?

- No es algo que pueda controlar. -Alcé las cejas cuando la chica se llevó las manos a la cabeza y luego noté como si ella estuviese incómoda o algo.

- Por mucho que sea un vampiro veterano, es difícil resistirse a la tentación de matar a un humano cuando lo tengo delante. -Expliqué con serenidad.

-Está bien.-dije con tono molesto y volví a mirar hacia la ventana. Al menos ya no estaría en peligro, no por su parte. Tendría que arrimarme a los licántropos, a La Push, allí no iban los vampiros, pero... No sabía por qué me sentía tan irrevocablemente mal.

Me quedé algo aturdido por su tono de molestia cuando me respondió. Bueno, más que aturdido, me quedé intrigado.

- ¿Qué pasa?

-Nada.-respondí. En realidad sí pasaba algo, pero yo no sabía el qué era, así que no podía decírselo.

¿Síndrome de Estocolmo? Eso fue lo que vino a mi mente y mi ceño, que se había relajado, volvió a fruncirse, pero ya no lo miraba a él, sino a la ventana otra vez.

- ¿Síndrome de Estocolmo? -Repetí cuando lo escuché y me senté en una silla de la habitación aunque no lo necesitara. Si alguna enfermera o algún médico venía, le parecería extraño que estuviese de pie en vez de sentado.- ¿Sigues viéndome como un secuestrador?

Lo miré con cara de disgusto. Estaba mejor de la cabeza cuando me sentía aturdida y no me enteraba apenas de lo que pasaba que en aquel momento.

-No-no lo sé...-dije llevándome una mano temblorosa a la frente para después pasarla por mi pelo con nerviosismo.

Fruncí de nuevo el ceño cuando noté su nerviosismo por los gestos que hizo y la voz que le salió.

- ¿Qué te pasa? -No caí en que quizás la fiebre le había dejado algo mareada.

Me mordí el labio inferior, no sabía qué me pasaba. No sabía qué responderle, y tampoco por qué me había venido a la mente lo de aquel síndrome. Vale que me hubiese secuestrado, pero la otra parte de ese síndrome era que... ¡No!

-Creo... Que no quiero que te vayas...-dije al fin, con un hilo de voz.