Buscando a Alexander

Semanas, habían pasado varias y largas semanas que no me había atrevido a contar. Y aún no había ido al instituto. No tenía fuerzas, estaba tan mal. Ya no por la pierna si no por un malestar interior, sabía que Daniel estaba bien porque le había pedido a mi padre que lo llamara... Porque yo no quería verlo, estaba enfadada con él por no haberme hecho caso, pero no era ése el motivo. En realidad, ni yo misma lo sabía, y pensé... Que tenía que ver al causante de mi malestar.

Con eso me levanté y me puse una rebeca, era primavera y hacía un poco de frío. Me puse unas deportivas, cogí las llaves de casa y salí cerrando la puerta tras de mí. Atravesé la carretera y me adentré en el bosque, pensando en que así podría encontrarlo, sin darme cuenta de que podría tirarme horas allí y no dar con él... Pero entonces se me ocurrió una idea.

Que me encuentre él a mí.-pensé. Me puse manos a la obra y cogí una rama, cerré los ojos.-No me puedo creer lo que voy a hacer.

Respiré hondo y me arañé la palma de la mano izquierda con la rama, solté un alarido de dolor y abrí los ojos, no había sangre.

-¡Mierda!-exclamé y tiré la rama al suelo. Procedí a buscar otra que estuviera más afilada pero me tropecé con una raíz del suelo y me caí de bruces al suelo. Vaya morrazo que me pegué... Abrí mucho los ojos mientras me erguía en el suelo y me llevé una mano a los labios.-¡Oh, Dios, en la boca no!-empecé a pasarme la lengua.

Habían pasado ya bastantes semanas desde que dejé a Genevieve sola en la habitación del hospital. Me había ido a América del Sur en búsqueda de nuevas presas, pero no me hice con muchas. No me sentía muy bien conmigo mismo, no por mi alimentación, no, sino por... otra cosa que no lograba definir.

Acabé volviendo a Forks, que ya lo había adaptado como mi nuevo hogar. Anduve tranquilamente, bueno, no, intranquilamente por el bosque, intentando no toparme con nadie. Había decidido que aquel fuese un día de reflexión, como un día libre en un trabajador actual, pero parecía ser que no iba a hallar mi tranquilidad en aquel lugar.

Escuché unos pensamientos a lo lejos y caminé por donde venían. Sabía perfectamente quién era la propietaria de esa "voz mental". Fruncí el ceño. ¿Qué pensaba hacer que no se lo podía ni creer?

La encontré en medio del bosque tirada en el suelo, luego se levantó y un delicioso olor a sangre me invadió entero. Sabría controlarme, me había alimentado el día anterior y no necesitaba beber con mucha frecuencia.
Me acequé a ella en un abrir y cerrar de ojos, pasé un dedo índice de la barbilla a los labios, en un rastro que había dejado una gota de sangre y me quedé mirándolo, pensativo.

- ¿Qué haces aquí? -Pregunté sin apartar la vista del dedo con sangre.

Apenas me di cuenta de que ya lo tenía delante y me sobresalté un poco, pero me quedé quieta con los ojos abiertos de asombro. Había tenido suerte de encontrarlo. Respiré de forma nerviosa por el susto de haberlo visto de repente y por el tacto de su piel en mi barbilla.

Me aparté un poco, lo justo para tomar su mano -cuyo dedo estaba manchado con mi sangre- con las mías. Luego lo miré a los ojos.

-Te estaba buscando.-dije con nerviosismo.

Sus manos tomaron mi mano que tenía la sangre. Noté su tacto con menos temperatura que la última vez, cuando tenía fiebre, pero, obviamente, seguía siendo más cálido que el mío.
La imité y la miré a los ojos con extrañeza.

- ¿Y por qué me buscabas? -Fruncí un poco el ceño.

-Porque quería verte, hablar contigo...-dije sin soltar su mano, me gustaba su frescura. Cerré los ojos un momento.-Yo... Te-te echaba de menos.

Cálmate.-me dije a mí misma respirando hondo.-O se te trabará la mente y lo volverás loco.

Fruncí aún más el ceño al escucharla hablar y retrocedí un paso, haciendo así que nuestras manos se separasen.

- ¿Qué quieres decir con eso, Genevieve? -Inquirí, algo alterado, pero sin evidenciarse en la voz, solo en mi interior. ¿Acaso deliraba? ¿Tenía fiebre otra vez aunque yo no lo hubiese notado?

Hice una mueca cuando se separó de mí y dejé caer las manos muertas.

-Que... No he podido olvidarte ni un sólo día. Siempre... Estabas en mi mente y... Te colabas en mis sueños.

En mis sueños me besabas.-pensé, y luego me llevé la mano a la cara, pensando en que la había cagado.

Si hubiese podido tragaría saliva con fuerza tras escuchar lo que Genevieve dijo y pensó.
Suspiré y asentí dos veces con la cabeza, recapacitando y luego desvié la vista ahcia alguna parte del bosque, metiéndome las manos en los bolsillos.

- No... no puede ser. -Respondí. Yo sabía que algo dentro de mí habia nacido cuando en vez de a Genevieve vi a Adrianne, pero no podía ser. Miré a la chica de nuevo con resignación.- Genevieve. Mírame. Soy peligroso, un depredador. Puedo hacerte más daño del que ya te he hecho. -Adelanté medio paso.- Puede que tú no lo veas, pero eres más vulnerable de lo que crees

Me levanté para estar un poco a su altura y no me moví cuando se adelantó un poco. Negué rápidamente con la cabeza.

-No me importa. Ahora... No me has hecho daño.-dije llevándome una mano a la boca.-Y todavía sigo sangrando.-le mostré la sangre que se había quedado en mi mano.-No quiero que vuelvas a irte, quiero estar contigo.-dije acercándome a él hasta quedar a pocos centímetros.

Volví a retroceder, soltando una breve risa irónica.

- Todavía es el Síndrome de Estocolmo, ¿verdad? -O eso quería creer. No quería creer que estuviésemos los dos juntos. Podría hacerle daño de verdad, no esa tontería de partirle las piernas, ni morderle los labios. Podía matarla, o hasta incluso convertirla, y no quería. La eternidad era algo que no le deseaba a nadie, y menos a Genevieve. Era una estúpida condena que solo te jodía la vida cada día más.- Si no te he atacado es porque estoy saciado, pero si no me hubiese alimentado antes seguramente ya te habría matado. -En realidad sabía que no lo habría hecho, era para atemorizarla, para que se alejase de mí.

Me mordí el labio inferior sin importarme que me pudiera doler. De paso me chupé la sangre para ver si dejaba de salir.

-¡No es el Síndrome de Estocolmo, no me tienes secuestrada!-exclamé y salvé de nuevo el espacio que quedaba entre ambos.-Y... No te creo, tú no me matarías, ya lo habrías hecho.

Negué con la cabeza, pero no hice nada para separarme de ella de nuevo. Ahora me sentía yo acorralado, pero no incómodo, todo lo contrario. Aún así no podía evitar sentir el miedo de que pasara cualquier cosa y me lanzase a atacarla de nuevo. Apreté los dientes y los puños, pero eso último no se notó, ya que aún tenía las manos metidas en los bolsillos.

- No sabes cómo soy... cómo soy en realidad...

Esta vez no se alejó y eso me alivió, me quedé callada un momento y luego bajé la cabeza.

-Te... Te he visto...-murmuré.-Pero... Me da igual...-dije con tono abrumado.-Por favor, no te vayas...-pedí alzando una mano con la intención de acariciar su mejilla, quizá porque mi sentido común aún hacía algo a derechas.

- No, no me has visto. -Insistí y observé cómo su mano se acercaba a mi mejilla, rozándola. Sentí la calidez de su tacto otra vez, pero fue muy efímero porque giré la cabeza junto a un pequeño jadeo para evitar el contacto. La última persona que me había acariciado la mejilla había sido Adrianne y quería que ese recuerdo quedase todo lo inmaculado posible.

Cerré el puño suavemente y aparté la mano, dejándola caer a un lado. Miré al suelo.

-Lo-lo siento...-dije con tristeza.

Muy bien, ya te han rechazado otra vez, Ginny. Al menos ahora sabes que no vas a ser correspondida.-me dije a mí misma, esa vez olvidé el don del vampiro. Quería darme la vuelta para irme de allí pero mis piernas no me respondían, mi cuerpo no quería obedecerme.

Me quedé mirando al suelo, con la cara aún girada y fruncí los labios, pensando, pero a la vez recibiendo los pensamientos de Genevieve.
Estaba seguro de que si le decía la verdad, que yo en realidad... la quería pero no quería hacerle daño, a ella le daría igual. Su lado suicida/masoquista característico de los humanos le empujaría a decir y decidir que le daba igual.

- No lo sientas. -Susurré, sintiéndome algo trabado, no sabía por dónde empezar. Giré la cabeza de nuevo, mirándola y me incliné para tomar su cara con mis manos, obligándola así a mirarme.- Tú... quieres a ese perro. Daniel, creo que se llamaba.

Me estremecí con el contacto frío de sus manos en mi rostro, pero no hice nada para alejarme, es más, tuve que evitar un suspiro de gusto.

-Pero... Porque me ha imprimado.-dije.-No se puede elegir... Tú no me has hecho nada...

El amor era una mierda asquerosa que sólo servía para hacerte sufrir, quizá si yo no hubiese ido a buscar a Dan no habría vuelto a ver al vampiro y no me sentiría tan mal...

- ¿Y qué si te ha imprimado? ¿Debes sentir lo mismo que él siente hacia ti por obligación? -Alcé una ceja y aparté mis manos de su cara.- Ya se lo dije a ese chucho, que eso del amor no sirve nada más que para sufrir.

-Pero... El amor no se elige... Pero la imprimación es obligada. No puedo dejar de quererlo...-solté un suspiro nervioso al tiempo que miraba algo del suelo que se movía, pero sin prestarle atención.-Pero tam... También te quiero a ti.-solté otro suspiro, éste con más desesperación, al decir aquello me había liberado de la mitad del sufrimiento.

Volví a apartarme, pero esta vez fueron unos escasos centímetros.

- Pero... ¿por qué? -Dije mirándola fijamente, tratando de comprenderlo.- He intentado matarte un par de veces y esas dos veces te he partido el mismo fémur. -Cuanto más lo pensaba, menos sentido le encontraba.- No entiendo esa relación que tienes entre el masoquismo y el.. amor. -Se me trabó la voz al decir esa última palabra.

Di un paso atrás y le di la espalda, mirando hacia donde se suponía que -avanzando- estaba la salida del bosque.

-Tiene gracia que lo digas tú, precisamente a quien le va el sadomasoquismo.-dije con ironía.-No me preguntes más el por qué de lo que me pasa porque no te sabría responder.-mi voz sonó apagada.

- No me va el sadomasoquismo. -Reproché.- Lo de esa vez fue... un impulso. -Me sentía avergonzado por lo que ocurrió aquella vez. Estaba fuera de mí en ese momento.

- Es que no le encuentro sentido a tus sentimientos. Por eso no puedo parar de preguntártelo. -Proseguí.- Lo que más me jode es que sé cómo te sientes. -Solté, esperando que lo comprendiese.

-Sólo sé que... Te quiero.-el sólo hecho de decir esas palabras me hacían sentir extraña. Intenté decirme a mí misma que él me había hecho daño, que me lo podría volver a hacer, pero mi cabeza hacía oídos sordos. Lo mejor era irse. Empecé a avanzar muy lentamente, con las piernas temblorosas. Ya ni me daba cuenta de que la sangre había vuelto a escurrir por mi barbilla.

Noté cómo un molesto nudo se formaba en mi garganta, impidiéndome decir una simple frase, una letra, cualquier cosa. Sabía que no me sentiría del todo bien si me sinceraba con ella, pero también sabía que si no se lo decía, explotaría.

- Yo también. -Logré decir con la voz entrecortada y observando su figura, que se alejaba muy lentamente.

Me apoyé en un árbol, de repente me sentía cansada, pero una sonrisa se formó en mi rostro. Una sonrisa que se disipó tan pronto como apareció. Por un lado me sentía mal, porque él sólo me quería porque le recordaba a su esposa, de lo contrario ya estaría muerta. Suspiré.

-Pero no quieres hacerme daño... Si a mí no me importa el peligro que pueda correr, ¿Por qué a ti sí?